Labios

Como el caramelo en los labios de un niño. Como la miel en los labios de un oso. Vienes, me despeinas la vida, me remueves el piso y te vas como mismo viniste, disfrazado de oveja cuando a lobo no te gana nadie. Te comportas igual de altivo que un huracán, lo arrasas todo a tu paso, comienzas tímido, con un pequeño soplo de aire fresco, dando vida, para luego llevarte cualquier rastro de esperanza con tu despedida en forma de bomba de humo.

Así eres tu, al menos es cómo te comportas conmigo. No lo entiendo. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mi? Yo que siempre lo tengo todo bajo control, que muy pocas veces me sorprende un imprevisto, que nunca dejo nada a la improvisación. Yo que odio la incertidumbre, que siempre tengo que tener la última palabra, yo que siempre le busco las cinco patas al gato. 

Necesito despejar la mente, dejarla en blanco y que no ruede... Pero si me despisto en un micro segundo se cuela tu recuerdo, esa foto con el sol a contraluz, esa que no se borra de mi memoria y que me hace fantasear situaciones prohibidas. Prohibidas pero no imposibles, y eso es lo que más miedo me da. Me conozco, creo conocerte, lo poco que me has dejado entrever, y sé que es posible. Y me asusto de mí misma, me asusto de ti. Me asusta encontrarte, me asusta que me busques porque me vas a encontrar. No sé esconderme. 

He desaparecido por un tiempo, pero no he desaparecido de tu memoria ni tú de la mía. Quiero que siga siendo así. Me he querido hacer la loca, seguro que tú también te lo has hecho más de una vez, además de hacerte el duro que se te da muy bien, tan bien como a mí. Esto ya no quiero que sea así. No quiero hipocresías entre tú y yo, vamos a ser claros el uno con el otro como ya lo hemos sido, desnudémonos el uno frente al otro como ya lo hemos hecho. No tenemos nada que escondernos y tenemos mucho que descubrir bajo la piel de cada uno.